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Asamblea de Estudiantes de Historia Social Universidad Bolivariana

La Transfiguración de Allende y La Actual Crisis de Representatividad

La Transfiguración de Allende y La Actual Crisis de Representatividad

Por Gabriel Salazar V.

Allende, pese a ser ingenuo en sus métodos políticos, fue transparente en recoger las demandas de la clase popular. Porque, junto con creer en la ley, creyó también en esas demandas. Hasta dar la vida por ambas.

Con el avance en espiral del tiempo histórico, el perfil de los "héroes" ("grandes chilenos", según TVN) va descubriendo sus múltiples facetas. Y tras de lo visible, aparece lo escondido. Y el lado claro da paso al lado oscuro. Y lo ejemplar se hace prominente sobre lo condenable. Así, cada generación va desnudando los mitos, y se descascaran, una tras otra, las apariencias, los maquillajes, hasta dejar a la vista, por fin, la verdadera alma cívica de los héroes. La que realmente valoran los pueblos.

Recientemente, TVN, en una operación inédita, abrió una encuesta para que los jóvenes eligieran a los diez chilenos que ellos juzgaran más importantes. El resultado reveló la defenestración de varios héroes político-militares normalmente vanagloriados por la (coligada) clase político-militar: O’Higgins, Portales, Bulnes, Montt, Balmaceda, Alessandri y otros y, a la inversa, la entronización de varios "grandes chilenos" que se destacaron en la creatividad cultural (Pablo Neruda, Violeta Parra, Víctor Jara) y en su lucha inclaudicable por los valores democrático-sociales (Manuel Rodríguez, Salvador Allende, Alberto Hurtado). Estamos, al parecer, viviendo el tiempo en que los héroes de los "vencedores" están dando paso a los héroes de los "perdedores". En que se desechan los cosméticos triunfalismos que plagan nuestra historia político-militar (la de las elites nacionales), para valorar las doloridas entrañas de la historia sociocultural (de la nación). Rechazando la dudosa legitimidad de las cáscaras estatistas y abriendo paso a la legitimidad profunda de la sociedad civil. El tiempo histórico, en Chile, está girando en espiral, y eso invita a mirar de otra manera, no sólo el pasado, sino, sobre todo, nuestro presente. La memoria social está aprendiendo, hoy, a mirarse a sí misma.

¿Cómo afecta ese giro a la memoria social de Salvador Allende? ¿Qué está siendo este personaje, hoy, en esa memoria? Al principio, se le vio como un médico joven, promisorio, elegante, formado políticamente por un zapatero sabio de Valparaíso, de fácil palabra, que se conmovió por la situación de las madres y los niños populares. Era uno de los tantos médicos que en su juventud -tiempos de la primera FECh y del primer centenario- se habían formado profesional y políticamente en los barrios de Independencia y Recoleta (la Chimba), donde cohabitaban metabólicamente la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile y una gran cantidad de artesanos mutualistas, ácratas y discípulos de Luis Emilio Recabarren. Sólo que Allende vivió los ideales de esa juventud en tiempos del Frente Popular, y cuando ganó la Presidencia el radical Pedro Aguirre Cerda. Por eso, los ácratas de 1920 pudieron dejar de serlo en 1938 y convertirse, por tanto, en diputados, senadores, ministros, diplomáticos y, aun, en presidentes. Siguieron siendo demócratas, pero, ahora, no desde la calle, sino desde el Estado. Respetando sagradamente, esta vez, la Constitución (liberal y neoportaliana) de 1925. Formando parte de la "clase política civil" que rigió el país entre 1938 y 1973.

Allende siguió, paso a paso, la carrera normal de esa clase política civil: dirigente estudiantil, diputado, ministro, senador, Presidente. Y respetó, siempre, la Constitución Política de 1925. Y creyó, siempre -como todos los de su generación-, en el "profesionalismo" de los militares. Y creyó, igualmente, en el papel de vanguardia que correspondía al Partido Socialista y a los frentes populares. Y mantuvo su convicción de que la política "profesional" (de Estado) era un ejercicio tendiente a mejorar las condiciones de vida de la clase popular, y, por tanto, orientado a realizar las reformas estructurales necesarias para ello. Fue, por eso, un político de fe democrática (electoral y estatal), y fue amigo y formó parte de esa gran generación de políticos de alta legitimidad popular que floreció después de la Segunda Guerra Mundial (Jacobo Arbenz, Paz Estenssoro, Rómulo Betancourt, Rómulo Gallegos, Haya de la Torre e incluso Fidel Castro, Tito, Chou En Lai, Ho Chi Minh, y otros). Y fue por eso que, siendo Presidente, se jugó en serio -constitucionalmente- por la reforma agraria, la estatización de los monopolios, la reforma educacional, la industrialización, la redistribución del ingreso, la nacionalización del cobre, etc., cambios estructurales que respondían a las expectativas profundas de la clase popular y los grupos medios. Y fue por eso que políticos como él -y como, hasta cierto punto, Eduardo Frei Montalva- contaron con una leal adhesión ciudadana, lo mismo que los frentes y partidos que los apoyaron. No hay duda que, por entonces, los partidos y los políticos demócratas contaban con legitimidad política y una reconocible representatividad.

La generación joven del ’68, sin embargo, no dispensó a esa clase política la misma credibilidad. Para ellos, Allende era sólo El Chicho (o sea, un político de izquierda elegante y profesional), quien no revestía el mismo prestigio de los "revolucionarios" de compromiso total como el Che Guevara, Fidel, Ho Chi Minh o Nguyen Giap. Y daban sus razones: ni la Constitución liberal de 1925, ni Estados Unidos, ni la derecha, ni los militares chilenos permitirían realizar legalmente las reformas por las que luchaba Allende. Su ingenua fe en la ley, en el profesionalismo de las Fuerzas Armadas y su obsesiva admiración por el Presidente (suicida) Balmaceda configuraban un "lado débil", que esa juventud no quiso atacar -respetó la oportunidad histórica de la Unidad Popular- pero que no constituía para ella ni un carisma ni un programa de vanguardia.

De haber sido así ¿por qué la juventud de hoy -zarandeada más por la economía de mercado que por el recuerdo de la Unidad Popular- sitúa a Salvador Allende en la galería de los "grandes chilenos"?

La generación del ’38 creyó en la ley y se jugó (Allende se inmoló) por ella. La generación juvenil del ’68 no creyó en esa ley y se jugó por la acción directa, pese al triunfo de la Unidad Popular. Perdió. La generación juvenil del siglo XXI ¿por qué se está jugando? ¿En qué está creyendo? ¿Y cómo se transfigura allí, 35 años después, el perfil de Salvador Allende?

Tal vez es aventurado decirlo, pero hay ciertas certezas sobre que cree la juventud de hoy, sobre todo, en sí misma (y privilegia, por sobre todo, sus asambleas y talleres); siente que no es dueña del futuro (como creyó la generación del ’68), pero tiende a adueñarse del presente (toda su cultura barrial es presentista); confía más en su propia autogestión que en la representatividad; más en la creatividad que en la normatividad; más en la participación que en la autoridad. Es cada vez más evidente que no confía en la ley por la ley, ni en los procesos legislativos "profesionales", ni siquiera en que una ley buena pueda perfeccionar otra mala. Han asumido como hecho de verdad (realismo histórico) que legisladores buenos como Allende y Frei fracasaron, no una, sino varias veces, y como un hecho de Perogrullo que legisladores profesionales sin legitimidad popular (como los actuales) no podrán jamás ser más exitosos donde fracasaron los que tenían real representatividad. La juventud de hoy podrá no tener ideas políticas al viejo estilo populista de la política, pero tienen un alto sentido del realismo histórico y del pragmatismo social. Y esto es, sin duda, transparencia: ni cabe distorsionar la realidad, ni mentirse a sí mismo.

Por esto, es preciso considerar en serio el hecho de que la clase política de hoy (en su expresión estatal-parlamentaria, en sus partidos y en la persona de los políticos mismos) carece, para la gran masa ciudadana, de legitimidad, credibilidad y representatividad. Lo han dicho, lo dicen y lo repiten majaderamente todas las encuestas. La de la Universidad Diego Portales, la de El Mercurio Opina S.A., la de Flacso y sus socios, etc. El Congreso y el Poder Judicial marcan una credibilidad inferior a 17% (en una escala de 1 a 100), mientras los partidos políticos y los políticos mismos una inferior a 9%. Estas cifras configuran, sociológicamente, una grave crisis de representatividad y legitimidad. Al extremo grotesco de que, mientras hoy la más grande movilización de profesores, estudiantes secundarios y universitarios de toda la historia de Chile se pronuncia a lo largo de tres años seguidos contra un sistema educacional, los políticos vuelven la espalda a esta voluntad cívica -escondiendo la cabeza como el avestruz- para tratar de "legitimar" sus farandulescos pactos internos y maquillar un sistema que ha producido los peores resultados sociales de toda la historia.

¿Y por qué, de nuevo, Allende? Porque Allende, pese a ser ingenuo en sus métodos políticos, fue transparente en recoger las demandas de la clase popular. Porque, junto con creer en la ley, creyó también en esas demandas. Hasta dar la vida por ambas. Y porque el mismo realismo histórico -el inminente golpe de Estado- le llevó a creer que la ley tenía límites históricos y que, por tanto, era preciso que el pueblo interviniera para cambiar, no ésta o aquella ley, sino la Constitución Política del Estado. Por eso, dijo: "Debemos afianzar la presencia de los trabajadores definitivamente en el manejo de la cosa pública, y establecer nuevas instituciones, para que Chile camine de acuerdo con su propia realidad económica y social Que el pueblo por primera vez entienda que no es desde arriba, sino que debe nacer de las raíces mismas de su propia convicción, la Carta Fundamental que le dará su existencia como pueblo digno, independiente y soberano (Es tarea) del pueblo de Chile el estudio, la discusión y el análisis de las bases fundamentales de la nueva Constitución " (S. Allende: "Discurso ante los dirigentes de la Unidad Popular". Santiago, 5/09/1972.

El único modo de culminar la autogestión que demuestran el movimiento juvenil y el popular de hoy es -al parecer, y como lo previó Allende- hacer valer la legitimidad ciudadana como soberanía real, y superar la farándula legislativa echando a andar el poder constituyente del pueblo mismo.

* Historiador y académico de la Universidad de Chile, Premio Nacional de Historia 2006.

Fuente: la nacion.cl

 

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